"Toy Story y la masculinidad": La columna de Nicolás Copano
"La cinta, aunque revolucionaria en su técnica, es un producto cultural que, visto hoy, revela claramente las limitaciones y sesgos de su tiempo", dice el comunicador en la columna de este jueves 11 de julio, para Turno PM.
En 1995, Toy Story irrumpió como un fenómeno cultural y tecnológico, demostrando al mundo el potencial narrativo de la animación digital y marcando un antes y un después respecto de las técnicas tradicionales. La elección de juguetes como protagonistas fue magistral: objetos lo suficientemente inanimados para hacer creíble su vida secreta, pero ideales para jugar con escalas, recrear espacios reconocibles y, crucialmente, evitar el "valle inquietante". Marionetas perfectas para una nueva era de la animación.
Sin embargo, la profunda humanidad de Toy Story –estructurada como una clásica "buddy comedy" o comedia de amigos– también la convierte en un reflejo de su tiempo, encapsulando valores de consumo, competencia y dinámicas sociales propias de los años 90. Por ello, analizarla desde una perspectiva de género e interseccionalidad no es solo valioso, sino necesario. Protagonizada vocalmente en inglés por Tom Hanks (Woody, el vaquero líder) y Tim Allen (Buzz Lightyear, el guardián espacial), la película, como muchos productos culturales de su época, falla notoriamente en ofrecer una representación femenina compleja.
Un primer indicador de esta limitación es su incapacidad para pasar el Test de Bechdel. Este test, aunque básico, actúa como un termómetro inicial de la presencia femenina activa en la narrativa, exigiendo al menos dos personajes femeninos con nombre que hablen entre sí sobre algo que no sea un hombre. Toy Story cuenta con varios personajes femeninos: la pastora Bo Peep, la Sra. Cara de Papa, la pequeña Molly Davis y su madre, la Sra. Davis. Incluso Hannah Phillips, la hermana del antagonista Sid, está presente. Sin embargo, las interacciones significativas entre ellas son inexistentes.
Bo Peep, diseñada con rasgos asociados a la delicadeza y funcionando principalmente como el interés romántico y apoyo de Woody, raramente interactúa con otras figuras femeninas. Las conversaciones entre humanas, como la Sra. Davis y Molly, carecen de sustancia narrativa propia. Notablemente, no hay diálogo alguno entre la Sra. Davis, la figura materna central en la vida de Andy (el "objeto de deseo" de los juguetes), y Hannah, la otra niña relevante en la trama. Este vacío subraya dónde reside el foco de la película: las experiencias, conflictos y relaciones masculinas. Lo femenino existe, pero en la periferia, definido principalmente por su relación con los hombres. Esta dinámica contrasta radicalmente con la evolución vista en Toy Story 4, donde una Bo Peep emancipada se convierte en motor de la trama e invita a Woody a replantearse su mundo, invirtiendo la dinámica inicial.

"Parasite, si yo fuera rico": la columna de Francisco Espinoza
"Si el director Bong Joon-ho viniera a Chile, un periodista, preocupado por la paz social y algún índice macroeconómico, le preguntaría si condena la violencia venga de donde venga", escribe el periodista para Turno PM.

"El Señor de los Feeds": La columna de Javier Riveros
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"A lo largo de la historia, la vida humana ha sido precaria: baja esperanza de vida, violencia, enfermedades sin tratamiento y pobreza generalizada", escribe el ingeniero civil para la columna de este martes 8 de julio en Turno PM.
En relación con lo interseccional se revela cómo diferentes ejes de identidad y poder configuran el universo de los juguetes. Cada juguete tiene un rol y una "posición social" definida. Woody no es solo un vaquero; es el juguete antiguo y favorito, un estatus que le otorga privilegios y autoridad dentro de la comunidad del cuarto de Andy. Su identidad se construye en la intersección de su tipo (muñeco de trapo tradicional) y su antigüedad.
La llegada de Buzz Lightyear, "el hombre nuevo", desestabiliza esta jerarquía. Buzz representa la modernidad, la tecnología (plástico, luces, sonido) y el furor del consumo masivo, desafiando directamente el lugar de Woody. Su conflicto no es solo personal, sino una representación de la tensión entre tradición y cambio, entre lo artesanal y lo industrializado, reflejando ansiedades culturales de la época.
La materialidad misma de los juguetes funciona como un marcador interseccional. Bo Peep es una pastora de porcelana, un material que evoca fragilidad y delicadeza, reforzando su rol inicialmente pasivo y ornamental. El Sr. Cara de Papa, con su identidad intercambiable y actitud cínica, podría sugerir una fluidez, aunque a menudo recae en estereotipos. Los soldados de plástico representan una masculinidad colectiva, homogénea y militarizada, operando bajo una estricta jerarquía. Rex, el dinosaurio, lucha constantemente contra su propia ansiedad por no cumplir las expectativas de ferocidad asociadas a su "tipo", comentando sobre las presiones de la masculinidad.
Todos estos juguetes, con sus diversas identidades y materiales, existen bajo la estructura de poder que impone Andy. Él es el niño en desarrollo que ostenta la autoridad última, aunque ese poder no es estático. La competencia feroz entre Woody y Buzz por recuperar el favor de Andy culmina en una secuencia cargada de simbolismo: dos figuras masculinas intentando desesperadamente alcanzar el camión de mudanzas (el retorno al orden patriarcal del hogar) mediante un cohete (un símbolo fálico de poder y propulsión). Es una lucha por la validación masculina dentro de una estructura jerárquica definida por y para el niño-dueño.
En conclusión, Toy Story, aunque revolucionaria en su técnica, es un producto cultural que, visto hoy, revela claramente las limitaciones y sesgos de su tiempo. Su fallo en el Test de Bechdel y las dinámicas interseccionales centradas en la competencia masculina, el estatus y la relación con el poder (Andy), la configuran como una narrativa que, si bien universal en su temática de amistad y cambio, prioriza abrumadoramente la perspectiva masculina. Analizarla con estas herramientas nos permite no solo comprender mejor la película, sino también medir cuánto ha evolucionado (o necesita seguir evolucionando) las distintas representaciones en la cultura popular.