Centro de Estudios de la Cultura Popular | "La última tentación de Vardoc"
La vida de Nicolás Liñán de Ariza, conocido como Vardoc, condensa la parábola de una era: del gamer pionero al meme crucificado, hasta su resurrección en el porno digital. En su tránsito de persona a producto, encarna la promesa y la condena de la sociedad de la exposición.
Hay un momento crucial en la vida de quienes se entregan al escrutinio masivo, en el que el cuerpo deja de ser carne para volverse un texto. Para Nicolás Liñán de Ariza, el hombre que fue Vardoc, ese punto de inflexión llegó a principios de 2025, cuando anunció su evangelio final: una carrera en Arsmate, la plataforma chilena de contenido para adultos. Su decisión, que muchos vieron como una caída, fue para él una ascensión, la transfiguración definitiva de su ser en un producto. El último y más honesto capítulo de una vida dedicada a la exposición total.
La noticia sacudió los cimientos de la comunidad que él mismo ayudó a construir. Su viejo amigo, Cristian “Xoda”, lo sentenció públicamente, calificando su decisión como una "línea sin retorno" en una transmisión en vivo. Lo comparó con figuras mediáticas condenadas a la órbita del fracaso, lamentando que su amigo, el "pionero, el número uno", hubiera cruzado el umbral de la dignidad. Pero Vardoc, desde su nueva cruz, ofreció una justificación que era una teología de la liberación personal. Para él, era algo que "siempre había querido hacer", una suerte de "salida del clóset" definitiva que no provenía de la desesperación, sino de un deseo profundo.
Desde una perspectiva filosófica, el coreano-alemán Byung-Chul Han lo diagnosticaría como un síntoma de la “sociedad de la exposición”, una era donde el cuerpo y la intimidad se convierten en capital de atención. La carrera de Vardoc en Arsmate es la optimización final de este capital. Para Han, la exposición es explotación, y Vardoc, en un giro magistral, ha decidido ser el explotador y el explotado a la vez, vendiendo su propia infamia empaquetada en una suscripción mensual.
El profeta del videocentro
Antes de la liquidez del mundo digital, existía la solidez. Nicolás Liñán de Ariza se forjó en un videocentro de Temuco, el negocio de sus padres, que sirvió como su "seminario" de la cultura pop de los ochenta y noventa. Allí, entre estanterías de VHS y cartuchos de Nintendo, su conciencia se formateó por la lógica de la pantalla. No era un nativo digital, sino un "pre-digital", cuya mente ya estaba cableada para la narrativa interactiva. Esta formación explica su posterior fracaso en el mundo analógico. Abandonó la carrera de Informática, ya que la rigidez de la programación chocó con su forma de pensar.
Su biografía pre-YouTube es una colección de trabajos terrenales, como vendedor, empaquetador y garzón, que le dieron una textura de realidad vital para su futuro personaje. Cuando YouTube apareció, no tuvo que aprender un nuevo idioma, simplemente encontró la plataforma perfecta para el que ya hablaba con fluidez. Entre 2008 y 2012, su identidad era sólida: "Vardoc, el gamer". Su contenido era los videojuegos, un objeto externo a él. Firmó con Machinima, se convirtió en el primer canal chileno de la red, y llegó a ser el mentor de un joven Germán Garmendia, a quien ayudó a cobrar sus primeros sueldos de YouTube. En esta etapa, era un productor y una figura de autoridad en lo que el sociólogo Zygmunt Bauman llamaría la era de la "modernidad sólida", donde las identidades y los roles sociales eran predecibles. Sin embargo, en el mundo que se avecinaba, esa solidez era solo un preludio de una inevitable licuefacción.

No hay canchas para Sammis Reyes
"Su historia no es la de un atleta perdido en la NFL, sino la de un cuerpo convertido en capital. Nacido en el Chile del shock neoliberal, y soñado en Chicago. Reyes encarna la fantasía meritocrática de Friedman y el piñerismo: un éxito fabricado más en la pantalla del espectáculo que en la cancha", escribe el Centro de Estudios de la Cultura Popular.
El sacrificio de lo privado
El "pecado original" de Vardoc fue su giro hacia el vlog diario, el momento en que dejó de mostrar contenido para convertirse en el contenido. Su vida privada, sus afectos y sus relaciones se transformaron en la materia prima de su fábrica digital. Este acto de sacrificio de lo íntimo fue, en términos de la socióloga Eva Illouz, la entrada de lleno en la lógica del “capitalismo escópico”. Sus relaciones con "Yori" (Catherine) y luego con Loreto Garrido no fueron romances privados, sino productos mediáticos co-creados con su audiencia. Cada beso, discusión o viaje era un episodio en la telenovela de su vida, consumido por millones.
Sus rupturas no fueron eventos privados, sino espectáculos públicos de deselección masiva. En la terminología del psicoanalista Jacques Lacan, el público se transformó en su “gran otro”, la instancia simbólica de autoridad cuya mirada y reconocimiento validaban la existencia del sujeto. Cada vlog era una pregunta desesperada por aprobación, creando un ciclo insostenible.
Crucifixión y masculinidad herida
El Annus Horribilis de 2017-2018 fue su “Vía Dolorosa”, una pasión cristológica en la era digital. Cada escándalo fue una estación de su calvario, culminando en la crucifixión del meme. Primero, la controversia de Patreon, en julio de 2017, donde su intento de "vender su amistad" por 200 dólares fue recibido con mofa. Luego, en diciembre, la traición en el Monte de los Olivos de una transmisión benéfica para la Teletón, donde lanzó una diatriba misógina. En un momento de presunta ebriedad, pronunció la infame frase: "Te quiero ver sufrir, Loreto. Sufre conchetumare". La crucifixión final fue la crónica pública de su divorcio. Vardoc se transformó en un Lolcow, una persona cuyo comportamiento es "ordeñado" para la diversión de una audiencia.
El clavo más profundo en esta crucifixión fue el ataque a su masculinidad. El meme del "cuckeado" o "cornudo" es una de las humillaciones más potentes dentro de la masculinidad hegemónica. Al ser públicamente señalado como el hombre engañado, su masculinidad quedó "absolutamente rasguñada". La crucifixión de Vardoc fue el sacrificio para la salvación temporal de la frágil masculinidad de miles. En junio de 2018, borró casi una década de videos. Fue su muerte simbólica.
Resurrección en el infierno porno
Tras un exilio de casi dos años, resucitó. Pero no como el profeta redimido que su comunidad esperaba. Volvió diferente, endurecido, con la lógica del infierno grabada en la piel. Su regreso culminó en la blasfemia final de Arsmate, con un notable detalle: su colaboración con Anita Alvarado. Esta unión no solo fue un evento mediático, sino un acto simbólico que se puede analizar a través del filósofo esloveno Slavoj Žižek y el análisis de la performance del porno de Paul B. Preciado.
Žižek nos invita a “¡Disfrutar nuestro síntoma!”. El síntoma de Vardoc era su identidad pública: el humillado, el cornudo, el sobreexpuesto.
Su resurrección consistió en dejar de luchar y empezar a disfrutarlo. Abrazó el cringe y se identificó con su propia abyección. El acto de colaborar con Anita Alvarado —una figura también estigmatizada y sobreexpuesta en el folclore mediático chileno— no fue casual. Fue una validación mutua de su infamia.
Vardoc no solo monetizó su humillación, sino que la reafirmó a través de la co-creación con otra figura que ha capitalizado su vida pública. Paul B. Preciado en su análisis del porno, argumentaría que esta colaboración es una performance que trasciende lo sexual. El "cuerpo pornográfico" de Vardoc, ahora en colaboración, no solo vende su propia imagen, sino que también ejerce poder sobre la narrativa que antes lo había subyugado. Ambos, al abrazar sus estigmas, demostraron que la libertad puede encontrarse en la asunción de la propia máscara grotesca. Al final, no buscan la aprobación del “gran otro”; se han convertido en su síntoma encarnado, en la verdad obscena del sistema.
Epílogo: el fantasma en la máquina
Al final, queda la pregunta: ¿Quién es Vardoc? ¿Existe un núcleo, un "yo" auténtico detrás de la cascada de videos, polémicas y memes? ¿O es, como sugeriría Lacan, la suma de sus máscaras, una identidad virtual sin un original?
Su trayectoria es la de un cuerpo que se ha disuelto en información, un hombre que se ofreció para ser el conejillo de indias de nuestra era. Fue el pionero que nos mostró que se podía vivir de una pantalla, y luego la lección viviente de que esa misma pantalla podía devorarte. Pero su historia no es realmente sobre él. Es sobre nosotros.
Vardoc es el síntoma de nuestra condición digital, un espejo que nos devuelve una imagen incómoda de nuestra propia complicidad en los ciclos de adoración y crucifixión de internet. Cada vez que consumimos su dolor como entretenimiento, alimentamos a la misma máquina. Él es el fantasma en nuestra máquina, el reflejo obsceno de lo que sucede cuando un ser humano decide, hasta las últimas consecuencias, dejar de tener una vida para convertirse, por completo, en contenido.