No hay canchas para Sammis Reyes
Su historia no es la de un atleta perdido en la NFL, sino la de un cuerpo convertido en capital. Nacido en el Chile del shock neoliberal, y soñado en Chicago. Reyes encarna la fantasía meritocrática de Friedman y el piñerismo: un éxito fabricado más en la pantalla del espectáculo que en la cancha.
Hay una foto, o debería haberla, de allá, por 1975. Milton Friedman, el gran sacerdote del monetarismo, de pie ante la élite empresarial chilena. Expone con calma profética su evangelio del mercado. Se trata de un “tratamiento de shock” como cirugía mayor para curar la “economía enferma” del siglo XX. La escena recuerda a un quirófano: limpia, fría, donde se bosqueja un país sobre celdas de Excel.
Dos décadas después de aquella lección, cuando esa doctrina ya circulaba en el cuerpo del país, vino al mundo Sammis Reyes. Soñado en Chicago, nacido en Chile. Su infancia transcurrió en Maipú, en ese otro Chile que Friedman nunca pisó: barrios ásperos, calles estrechas y un ascensor social permanentemente averiado. Allí, dice Reyes, crecer fue “duro, difícil”, en un territorio donde la promesa de movilidad parecía siempre fuera de servicio.
Desde allí es que intentamos entender a Reyes y para eso, hay que empezar por olvidar el fútbol americano.
Su paso casi fantasmal por la NFL, estadísticas que bordean el cero, rumores de éxitos inflados, no son el epílogo fallido de una carrera deportiva, sino una anécdota necesaria en el corazón de su verdadero triunfo. Reyes no es un deportista, es un testimonio sociocultural, un síntoma y, a la vez, el producto más refinado de la fantasía criolla neoliberal, un verdadero “sueño húmedo” para los anhelos más profundos de Milton Friedman, Jaime Guzmán, los Chicago Boys y el piñerismo.
Su figura, construida con la precisión de un macabro plan de negocios, encarna al sujeto final e ideal del capitalismo tardío, aquel cuya identidad es la epítome de la fantasía meritocrática, y donde su corporalidad se transforma en el único capital tangible que puede explotar.
Analizar su fenómeno requiere fusionar dos lentes aparentemente dispares. El primero es el análisis sociopolítico que rastrea su origen en las ideas que forjaron al “jaguar de Latinoamérica”. El segundo es el enfoque filosófico que lo ve a través del concepto del "Cuerpo sin Órganos" que describe Gilles Deleuze. Juntos, revelan cómo Sammis Reyes se convirtió en el número uno de un juego que se disputa no en la cancha, sino en la pantalla del scroll infinito.

Karol Dance: Todo es sobre poder
Todo cronista de la cultura pop que se sumerge en el denso y ecléctico mundo de la fama necesita una escafandra: un traje invisible que le permita nadar en el caos, sonreírle al monstruo y volver a la superficie para contarlo, colgando al personaje en el clóset al final del día.
El proyecto capital
La odisea de Reyes comienza con un acto de despojo. Un adolescente de Maipú abandonado a su suerte en Estados Unidos, sobreviviendo con pasta de maní y durmiendo en sofás ajenos, bajo una encantadora romantización de la escasez.
Esta historia, que él mismo repite como un mantra de superación, es en realidad la fundación de su empresa, el "cuerpo-capital". En un mundo de instituciones frágiles y sistémica precariedad, el cuerpo se convierte en el único activo confiable, en la fortaleza ambulante. Sus músculos son su currículum: su disciplina, su plan de pensiones.
Este proyecto de optimización física encuentra su mecanismo filosófico en el concepto del "cuerpo sin órganos". Para que el cuerpo-capital sea máximamente eficiente y adaptable al mercado, debe ser vaciado de "órganos" inútiles, ya no hay espacio para la ideología política, la identidad de clase, las lealtades comunitarias.
Reyes performa esta vacuidad a la perfección. Al declararse "ni de izquierda ni de derecha" y definir el éxito a través de "cuatro libertades" puramente individuales (tiempo, dinero, ubicación y creatividad), se despoja de toda atadura colectiva. Sin embargo, esta no es la liberación subversiva que imaginaron Deleuze y Guattari. Es una versión cooptada por el capitalismo. En definitiva, un cuerpo desorganizado de sus vínculos sociales para ser reorganizado en función de su rendimiento en el mercado del espectáculo. Su cuerpo no se libera, se convierte en una máquina flexible, lista para ser brandeada.
Jugar sin cancha
Si el cuerpo es el producto, la cancha es la pantalla. La carrera de Reyes es, después de Karol Dance, otra clase magistral de la "Sociedad del Espectáculo" de Guy Debord, donde la representación no solo media la realidad, sino que la suplanta, porque es la épica de sus méritos la que sostiene hasta hoy su figura.
La prueba irrefutable es el contraste entre la narrativa y los datos duros. Su video del Pro Day de 2021 fue una performance viral de potencial puro, generando el titular infinito: "el primer chileno en la NFL". Sin embargo, la afirmación de que "rompió" varios récords es inexacta. En realidad, sus marcas solo se acercaron a las del mejor novato de ese año. Esta incongruencia se reflejó en el Draft, donde fue elegido en la posición N° 34, un lugar muy bajo para un supuesto fenómeno físico que rompía récords.
Esa performance choca de frente con la realidad de su participación efectiva en la liga. En un entorno de máxima competitividad como la NFL, donde la masa salarial de los equipos está regulada —ninguno puede gastar más que otro para garantizar el equilibrio—, el valor de un jugador se mide con fría precisión.
Reyes, jugando en la cotizada posición de Tight End (cuyo sueldo promedio anual es de 2.7 millones de dólares), acumuló un total de 2 tacleadas, 0 recepciones y 0 yardas. Estadísticamente, un fantasma. Su carrera en la cancha culminó en 2024, cuando los Minnesota Vikings lo cortaron del plantel. Considerando su sueldo, la única inferencia posible es que la decisión se basó exclusivamente en su rendimiento, sin que se conocieran otras ofertas.
En la lógica del espectáculo, el video del Pro Day es infinitamente más valioso que su carrera real. La narrativa de la lucha y el potencial se convirtió en el producto, y la realidad fue apenas un trámite. De esta forma, su cuerpo se ofrece como una "superficie de proyección" donde fans y marcas inscriben sus deseos de inspiración y marketing. Su éxito no se mide en yardas, sino en seguidores. Su campo de juego no es el césped, sino sus números y presencia en el algoritmo. Es otro simulacro en el sentido de Baudrillard, la copia perfecta del éxito, del atleta de élite, que, en su caso, nunca existió. Y en la era digital, la copia es más real. Es muchísimo más atractiva.
Defensa sistémica
Todo se derrumba cuando la simulación peligra, cuando hay cuerpos extraños en el sistema. Prueba de eso fue la iracunda reacción de Reyes ante una broma del memístico Pastor Rocha, en el que lo apodaba el "Goliat de Meiggs". Fue revelador. No fue la molestia de una celebridad, sino la respuesta inmune de un sistema narrativo ante una interpretación no autorizada.
Para alguien cuya identidad es la imagen, la ironía es una amenaza existencial. Entonces, la defensa de su relato es la defensa de su capital simbólico.
Esta defensa se enmarca en su postura de individuo soberano y apolítico. Sin embargo, esta aparente neutralidad es profundamente ideológica. Es el resultado directo de la reingeniería social del sueño americano que hoy en día está terminando de atomizar lo que queda del tejido social, reemplazando la acción colectiva por el heroísmo individual. Su rechazo a las etiquetas no lo posiciona fuera del sistema; lo coloca en su mismo centro. Es el sujeto ideal que el modelo necesita: un emprendedor de sí mismo, flexible, competitivo y despojado de un sentido de lo público que pueda interferir con su proyecto personal. Su libertad no es una libertad del sistema, sino una libertad optimizada para el sistema.