Toby Miller, experto en estudios culturales: “Kast y los hermanos Kaiser no son conservadores, son reaccionarios. Quieren cambiarlo todo”
El académico británico-australiano explica cómo las ultraderechas se han apropiado del lenguaje identitario que antes impulsaba el progresismo y cómo su discurso nacionalista proviene de fundaciones e iglesias extranjeras que exportaron mundialmente esas tácticas electorales: “Lo que dicen en Chile es lo mismo que dicen en Francia, Hungría o Estados Unidos. Irónicamente, cuando declaran que están en contra de la inmigración, están importando ideologías desde afuera en una manera que es estereotípica, pero puede ser muy exitosa”.
Durante su visita a Chile, el destacado académico británico-australiano Toby Miller, conocido por sus estudios sobre cultura, medios de comunicación, poder y ciudadanía, conversó con Turno PM acerca de la forma en que las ultraderechas se han apropiado de los conceptos identitarios que habían levantado originalmente las izquierdas, pero dándoles un giro etnonacionalista: defendiendo los elementos que supuestamente hacen grande a sus países y uniéndose contra un enemigo común que vendría a amenazarlos.
Para Miller no puede entenderse la ciudadanía sin atender a sus aspectos culturales: tener derecho a expresar una identidad, a participar en la definición de los valores y significados compartidos de una sociedad, o tener voz, representación y visibilidad en la esfera cultural. “Irónicamente -plantea-, lo que empezó como una demanda de los movimientos sociales progresistas y la nueva izquierda por el reconocimiento de las minorías, ha llegado a ser un terreno ocupado muy exitosamente por los ultraderechistas”.
—¿De qué manera?
—Están ocupando nuestros argumentos contra nosotros, en su forma etnonacionalista. Dicen `Yo soy blanco, soy bueno, soy uno de quienes colonizamos este país y mi identidad debe ser reconocida como una importante´, no en el nombre de los derechos de las minorías o de las personas históricamente excluidas de las herramientas del poder, sino en nombre de la `gente real´, del `país profundo´, de las personas con conexión a la tierra, al lenguaje y a la religión, las cosas que supuestamente forman la base de la nación.
“Podemos ver ese discurso utilizado por los ultraderechistas en diferentes partes del mundo. Los de Vox en España, por ejemplo, dicen que ellos representan la identidad auténtica de España y que es su derecho expresar, mantener y cultivar su cultura. Así se expresa la ciudadanía moderna”, añadió.
—¿Se puede explicar el éxito de los movimientos de ultraderecha durante las últimas décadas sin esa reapropiación del discurso identitario?
—No. Y lo han hecho muy exitosamente. Parte de ese intento de ser ladrones culturales ha sido robar nuestro uso de los espectáculos. Por mucho tiempo era la izquierda la que usaba el espectáculo en la esfera pública, pero ya no es nuestro terreno. Ahora ellos se identifican culturalmente con colores, uniformes y conductas que estaban en manos de los izquierdistas cuando marchaban contra la guerra de Vietnam o en favor de los derechos civiles.
“Dos ejemplos: la ocupación por los ultraderechistas del Congreso estadounidense el 6 de enero de 2021 fue pura política del espectáculo; o, hace solo un mes, 300 mil británicos se manifestaron en Londres contra la inmigración, contra la diferencia, contra los trans, usando banderas no de Gran Bretaña, sino de Inglaterra (que, por supuesto, ocupó Gales, Escocia e Irlanda en la formación de su imperio). Hay una nostalgia por un pasado perdido y una nostalgia por la capacidad de crear fronteras contra el otro”, explicó.
—¿Se trata de una redefinición de la ciudadanía cultural bajo sus propios valores?
—Claro, la ciudadanía cultural e identitaria fue importante en su capacidad de ampliarse e incluir a otras personas: mujeres, queer, de color. Generó un avance positivo. Pero ahora, esta política de identidad está en las manos de los ultraderechistas.
“Y la política del espectáculo puede ser positiva o negativa. Cuando nosotros hablábamos de ciudadanía cultural originalmente, hablábamos sobre nuestros derechos culturales de expresar nuestras prácticas al comer, elegir ropa o hacer el amor. En la base de esos intentos estaba la paz. Pero ahora, en el caso de los ultraderechistas, la violencia está al otro lado, alrededor de la próxima esquina. Debemos indicar que eso es una expresión cultural negativa, que es etnonacionalismo, un intento de regresar a las prácticas del pasado, excluyendo a grupos como los indígenas o los inmigrantes”, agregó.
—¿Qué tan diferente ve a la derecha tradicionalista y conservadora que encarna Evelyn Matthei respecto de la derecha radical, a lo Milei, que está representando Johannes Kaiser o, en menor medida, José Antonio Kast?
—Hay una diferencia clave entre los centroderechistas tradicionales, que están en contra de la violencia y son capaces de reconocer las realidades de las dictaduras, respecto de los ultraderechistas, como Vox o Milei, que sienten mucha nostalgia por la dictadura.
“Yo veo, en el contexto chileno, que Kast y los hermanos Kaiser no son conservadores, sino reaccionarios. No quieren conservar lo que tenemos en la sociedad, proteger la agricultura, la tierra o las relaciones entre personas en la humanidad pacífica. No. Ellos quieren cambiarlo todo en el nombre de, por un lado, una fantasía del mercado libre y, por otro lado, la fantasía de un etnonacionalismo puro, en donde se pueda castigar a un grupo de personas por los problemas del país. En el caso chileno se busca castigar a los venezolanos y conectar los problemas sociales con una histeria, sin base estadística, sobre la presencia de la violencia y la ausencia del orden”, manifestó.
Y agregó: “Es más o menos la misma historia que en Estados Unidos y en Europa. Lo que pasa es que hay varias fundaciones y religiones con mucho dinero que están exportando esas tácticas electorales mundialmente. Lo que dicen los nuevos ultraderechistas en Chile o en Argentina, es lo mismo que dicen en Francia, Italia, Hungría o Estados Unidos. Irónicamente, cuando dicen que están en favor de ideas y personas locales, y en contra de la inmigración, están importando dinero e ideologías desde afuera en una manera que es estereotípica, pero puede ser muy exitosa”.
—¿Qué debería estar haciendo la izquierda para contener esa arremetida?
—Lo que se debe hacer en contra de los Kaiser y los Kast es conectar en una manera más profunda con las clases populares, para establecer que su identidad importa, que sus angustias importan. Escuchar lo que dicen sobre los venezolanos. Si es una cosa negativa lo que dicen, está bien: dime un poco más y podemos explorar esos temas juntos.
“Al mismo tiempo, hay que explicar que ese discurso `chileno´ es un discurso 100% importado. Se puede cambiar el enemigo (acá y en Colombia son los venezolanos, en Estados Unidos son los mexicanos y centroamericanos, en Hungría son los judíos), pero siempre hay cosas en común: el deseo de pelear con un otro imaginado. Debemos explicar que esto está lleno de malas actitudes, de odio al otro, y que va en contra de la generosidad tradicional de los chilenos, de su actitud abierta al mundo. No se puede tener solo una tendencia económica abierta, se necesita una sociedad abierta”, declaró.
—¿Ve alguna esperanza en las nuevas generaciones? Porque se ha dicho que los jóvenes están siguiendo precisamente ese tipo de discursos reaccionarios.
—Es muy, muy difícil. Por 40 años yo y otros hemos estado diciendo: `¡Pero hay esperanza en la juventud!´. ¿Hoy qué pasa? En Francia los ultraderechistas como Marine Le Pen plantean que los menores de 30 años no deben pagar impuestos y dicen que van a proteger el planeta, atrayendo el apoyo de los jóvenes. En España, vi a un montón de jóvenes pro-Vox marchando cada semana contra el gobierno socialista y en favor de volver a la dictadura.
“De todas formas no se puede hablar de la juventud de manera universal. En muchos países se ha visto una bifurcación de género en estos temas. Las chicas aceptan la necesidad del bienestar social, de un mundo en donde nuestra sobrevivencia depende de trabajar juntos y juntas, en colectividad; mientras los chicos son machistas, individualistas y no tienen ningún sentido de responsabilidad por el planeta. Lo que necesitamos es escuchar a esas voces femeninas y sus necesidades, y enfatizar esos valores en nuestros discursos, en nuestras campañas; con esperanza en la juventud, pero con los ojos bastante abiertos”, cerró.