¿Se puede volver a ganar?
"La futura oposición debe combinar un carácter resistente con inteligencia. Pegar siempre y cuando corresponda. Colaborar cuando se trabajen medidas de sentido común. Y ser férreos en la defensa de los valores fundamentales de la democracia y los derechos humanos y sociales", plantea el columnista Richard Sandoval.
No se puede comenzar esta columna sin reconocer la dignidad y entereza de Jeanette Jara en este momento de dura derrota. Su rápida comunicación, la altura de miras en cuanto al acto republicano de la elección y sus ritos y las palabras elegidas de cara al bien deseado para toda la población en este nuevo ciclo político. El llamado urgente a la autocrítica, a abrirse hacia las personas que no la eligieron, con auténtica vocación. Y el ánimo para llamar a la fe y la esperanza respecto de nuestra patria. No es una obviedad. Dicho esto, analicemos.
El país democrático progresista no puede quedar atónito, abatido, inmóvil frente al triunfo de José Antonio Kast este domingo. De esto hay que levantarse. Para recuperar la senda democrática es necesario hacer una reflexión profunda desde ya. Preguntarse, muy en serio, con autocrítica honesta, el porqué de la derrota y cómo proyectar la política del futuro para volver a recuperar la confianza de un pueblo que optó, de manera contundente, por un rumbo tan preocupante e incierto como el ofrecido por José Antonio Kast y el Partido Republicano. Aunque duela, hay que mirar ahora las formas de hacer política que han sido derrotadas y pensar en cómo cambiarlas.
Chile no es un país de ultraderecha, como algunos querrán hacer creer. Aunque los números hoy azoten el ánimo. Este es solo un momento de la historia que se debe asumir con humildad, respetando la voluntad popular, porque las actitudes tomadas en los momentos de las más duras derrotas se recuerdan y te forjan.
Es hora de masticar la derrota con hidalguía, porque es inapelable, aunque sin perder de vista la actitud engañosa y la deslealtad con que actuó la candidatura de Kast sobre todo en la campaña de segunda vuelta —con un Rodolfo Carter señalando, por ejemplo, que confesar de dónde recortar los 6 mil millones de dólares movilizaria protestas— y pensar desde ya en cómo enfrentar lo que viene a corto, mediano y largo plazo. Desde este minuto se marcan las diferencias que pesarán en cuatro años más. Desde hoy el país mirará con qué responsabilidad actuará la oposición de Kast para defender lo construido.
Chile no es de ultraderecha, pero eligió a uno de sus representantes por el 58% de los votos, convirtiéndolo en el presidente más votado de la historia ¿Cómo enfrentar tal realidad para proyectar otro futuro posible?
La futura oposición debe combinar un carácter resistente con inteligencia. Pegar siempre y cuando corresponda, lejos de oportunismos burdos y peleas inoficiosas por quién es el más insolente y agresivo sin un sistema y una estrategia más allá de llamar la atención y robar pantalla. Colaborar cuando se trabajen medidas de sentido común. Y ser férreos en la defensa de los valores fundamentales de la democracia y los derechos humanos y sociales, generando nexos y coordinaciones con sectores incluso más allá de la izquierda.
Se debe mostrar templanza que permita ver una alternativa seria a la derecha gobernante, no un festival de figurines que amplifica la percepción de mala calidad de la política. Hay que rechazar la estrategia de los chantas populistas. Se necesita ver a líderes que sepan, dirijan, estudien y muestren soluciones.
Pero para volver a ganar, ser buena oposición no basta. Lo primero que debería hacer el sector derrotado es tratar de entender al pueblo chileno de la actualidad, ya sin la efervescencia del ánimo electoral. Analizar al pueblo real, completo, el del voto obligatorio, tan lejano a la política tradicional como crítico al poder. Un pueblo muy distinto al de hace treinta o veinte años. Entender que sus urgencias no deben ser patrimonio de la derecha, aunque hoy parezca que sí, que todo lo relacionado con economía y seguridad es de derecha.
Se debe avanzar a encarnar con propiedad los problemas de mayor envergadura, abrazados con el carácter del humanismo y la solidaridad como una ventaja, no una carga por la que hay que dar explicaciones a cada rato. Pero para ello no hay que negar la realidad ni poner por sobre esa realidad determinismos ideológicos.
Es hora de desarrollar ideas complejas —la parte más difícil, cuando lo que prima en la política del electoralismo es la idea corta y fácil— que ofrezcan una alternativa creíble y confiable para la mayoría. Pero para eso hay que querer ser mayoría, y ello requiere terminar definitivamente con una forma de ejecutar la política. No eres más bueno solo por ser de izquierda. No son los electores los que deben aprender de ti. Eres tú el que debe aprender de los electores. No es el pueblo el que va atrasado en sus entendimientos y prioridades, eres tú el que probablemente ha equivocado los enfoques por desconocer las realidades.
Estar con el pueblo es volver a las poblaciones, hacer política articulada desde ahí antes del tiempo oportunista de elecciones, y vivir in situ la preocupación por las balas locas que rompen los techos y matan inocentes. Hay que involucrarse con los barrios devastados por la droga, vincularse de manera duradera con los vecinos que tratan de salvar a sus hijos del flagelo, y desde ahí pensar la política, no sólo desde centros de estudios que hablan según las frías estadísticas.
¿Está hoy la izquierda metida con los pies en el barro de la masacre narco o está mucho más preocupada de otras cosas, lejos del “territorio” tan citado? ¿Por qué a esa gente acorralada le hace más sentido la voz ronca de un republicano de rostro adusto, terno y corbata? ¿Se está pensando concienzudamente qué alternativa de largo plazo puede ser efectiva contra la oferta simplona del garrote? ¿Importa algo, en esas circunstancias, el miedo a conceptos como “fascismo” o “ultraderecha”, o valen más para las personas las energías con que los candidatos atienden prioridades que en el barrio son de vida o muerte?
El tema económico también debe ser central. La preocupación por la política social debe estar siempre acompañada, en propuesta y énfasis, con la necesidad del crecimiento económico y el empleo ¿Por qué el concepto del emprendimiento se ha convertido en un patrimonio de la derecha? ¿Qué se puede cambiar para que se deje de asociar a la izquierda con menor crecimiento y libertad de emprender? El crecimiento, que ha sacado a millones de la pobreza en países tan distintos como Chile, Brasil o China, ha de estar en la primera línea de trabajo de los partidos políticos de izquierda si es que quieren conquistar al votante que definirá décadas de gobiernos. No se puede ver como un añadido circunstancial.
La disputa por el ciudadano llamado —de pronto con desprecio— “despolitizado” va a definir décadas de elecciones presidenciales. Si no lo entiendes e interpretas, estás frito. Para llegar a él, hay que superar definitivamente la política de nichos, de hablarle a grupos particulares. Hay que recuperar la vocación por las mayorías. No encerrarse en grupos autoconvencidos, de exclusión, que menosprecian al que no está en una misma línea de costumbres, normas, valores e ideas.
La política de la cancelación ejecutada con tanta fuerza en la última década es la política de la exclusión. Porque tarde o temprano, la política de la cancelación te termina cancelando a ti, es como un boomerang político. Hay que salirse, todos debemos salirnos, de la lógica de los círculos eternos del elogio y autocompasión entre amigos circunscritos en un barrio. Terminar con la política pensada como talleres de regocijo y distanciamiento. Ahí jamás se encontrará la mayoría, solo aplausos y complacencia. Hay que dejar de espantar a la gente con el escudo de protección progresista, el sello de calidad que no merecen quienes no están a la altura.
Los partidos, los militantes, los simpatizantes, los chilenos con sensibilidad democrática, progresista o reformista, no deben —no debemos— seguir actuando solo para los afines a sus valores y costumbres. Hay que entrar a los mundos y los temas incómodos —como hay que reconocer que sí lo hizo Jeanette Jara en diversos ámbitos, pero esto va más allá de ella, es un problema estructural de la izquierda, de su cultura elitista— sin verdades absolutas ni ánimos redentores y elaborar propuesta desde ahí, moralizando menos y empatizando más.
Hay que dejar de ser fanáticos de sí mismos, de las ideas preconcebidas, para ponerlas a disposición de la flexibilidad que exige la realidad transformada. Hay que avanzar hacia huir del radicalismo identitario que no genera ningún cambio real y profundo en el sistema de vida, en las necesidades urgentes de calidad de vida y seguridad añoradas por las personas más “despolitizadas”. Hay que huir de la política de boutique, eminentemente electoralista, que cada cuatro años se pone la chapita y el jockey electoral, parte a las poblaciones de una comuna lejana a su domicilio, se saca fotos y el entorno completo de una multicancha periférica acusa su extrañeza ante tal aparición.
¿Qué te hará atractivo en el futuro del voto obligatorio? entender con inteligencia y proponer con pertinencia. Con un distintivo, el valor humano, el valor de la igualdad y la libertad. No son ideas de derecha. Y no se debe ofrecer lo mismo que la derecha. Se debe estudiar experiencias y ofrecer soluciones distintas y efectivas. Trabajar en demostrar que la tuya es una mejor gestión. Todo tiene que estar conectado con la esperanza de un futuro mejor, construido desde las fuentes de la humanidad y la colaboración. Es sólo una idea.
Por Richard Sandoval.