Otakus en lucha, la política se habla en banderas de One Piece: La columna de Álvaro Ortiz
"Quienes no somos parte de este culto entendemos rápidamente a qué va: un grupo pequeño que se planta frente a un poder grande", escribe el columnista para Turno PM.
La democracia está destinada a morir si las élites políticas no saben leer el lenguaje de las nuevas generaciones. Y la “biblia” de la mayoría de los códigos de la llamada generación Z, son las redes sociales. Si se lo quitas, es parecido a desenchufarlos de la Matrix, porque más allá de que vivan o no en una ilusión, es porque ahí está el cableado de su conversación cívica. Si las élites cortan ese cable —o no aprenden a moverse dentro— la democracia queda sin pulso, porque la participación de los centennials no se traduce por los canales formales. No se vuelve inscripción, militancia, voto informado ni presión en el Congreso, sino que se manifiesta por fuera.
Cosa de ver lo que ocurrió recientemente en Nepal, donde la prohibición de las redes sociales causó en tan solo días el derrocamiento del gobierno, una asamblea popular por la aplicación Discord y, aunque sútil pero llamativo, el levantamiento de nuevos símbolos de protesta que se han repetido espontáneamente en las calles de otros países de Asia, como Madagascar, Filipinas e Indonesia, y que no demoraron en aparecer al otro lado del mapa, en Perú y Paraguay.
Una bandera con calavera y sombrero de paja, el “jolly roger” insigne del manga japonés One Piece, fue ondeada en todos los territorios mencionados, en medio de protestas atribuidas a la generación Z. A simple vista, podrían ser solo otakus hablando en código meme, pero es cultura pop como catalizador de un malestar social.
One Piece, en lo estético, es solo aventura de piratas con poderes, pero el corazón de la historia va por otro lado. En un mapa dominado por reinos abusivos y un gobierno mundial corrupto respaldado por la policía (los Marines), aparece Monkey D. Luffy con su tripulación, los Sombrero de Paja. No van por botines, van por liberar islas y por una meta que define la serie: ser Rey de los Piratas, es decir, “el hombre más libre del mundo”.
He conocido muchos fanáticos de One Piece en mi vida y a veces parecen evangélicos del animé, tratando de convencerte de ver un manifiesto en forma de serie animada que tiene más de mil capítulos y que te va a cambiar la vida. Aún así, quienes no somos parte de este culto entendemos rápidamente a qué va: un grupo pequeño que se planta frente a un poder grande.
Pensemos también que el manga se publicó por primera vez en 1997 y que la serie comenzó su emisión en 1999. Creció con la generación Z, al igual que lo hizo Dragon Ball Z y Naruto. Esa generación, nativa digital, consumió y compartió anime en páginas piratas, YouTube, streaming y redes sociales, por eso sus códigos se volvieron universales. Sus personajes fueron, y son, pautas de valores para muchos jóvenes, de ahí a que Goku pese más que cualquier político y que la calavera con sombrero de paja sea atajo para “pertenezco, resisto, me sumo”.
No sería raro ver la calavera con sombrero de paja asomar en marchas y actos el próximo año, si es que ya está apareciendo en Perú y Paraguay. Si Kast llega a La Moneda, veremos más banderas de One Piece que de Chile negro como en 2019.