Libertarios de cartón y la sombra de Buda

"Nada más alejado de los llamados 'libertarios' de este lado del mundo. Aquí se ha construido un pacto tácito entre organizaciones religiosas, grupos pro militares y estos pseudolibertarios que, más que defensores de la libertad, son huérfanos ideológicos de la dictadura", escribe Sebastián Bastián para Turno PM.

07-11-2025


Por Sebastián Bastián


Un par de veces me han preguntado amigos y conocidos: ¿qué son los libertarios? ¿De dónde viene esta extraña ideología y por qué su nombre, “libertarios”, si son tan de extrema derecha? Parece llamar la atención la existencia de un movimiento —más que un partido— con nexos en iglesias populares y organizaciones nacionalistas, que habla tanto de libertad pero, a la vez, mantiene un discurso de retroceso sociocultural frente al avance del feminismo o de las minorías.


Y es que el concepto de “libertario” a nivel internacional es totalmente distinto al que popularizó el presidente Javier Milei en Argentina. No estamos ante el liberalismo clásico, ni siquiera frente al libertarismo propio de la segunda mitad del siglo XX en Europa o Estados Unidos. Este nuevo “liberalismo” es otra cosa: una doctrina que se esconde tras falsos postulados y que poco tiene que ver con aquellos que históricamente se han identificado con la libertad. Son, en definitiva, libertarios de cartón, no solo porque carecen de solidez intelectual, sino porque usan la palabra “libertad” como credencial para ocultar un discurso y una práctica contrarios a ella.


Volvamos a la pregunta inicial: ¿qué son los libertarios? Intentaré resumirlo de manera pedagógica —y para escándalo de los puristas de la filosofía política— con una breve historia del término, para explicar por qué en Chile estamos frente a una versión degradada de lo que dicen ser.


A mediados del siglo XIX se publicó en Europa El único y su propiedad, del filósofo alemán Max Stirner, quien defendía la libertad radical del ser humano, tanto económica como moral, frente al Estado opresor que destruía esas libertades naturales. Su pensamiento fue considerado una forma de anarquismo egoísta, donde los derechos individuales y la propiedad privada se enfrentaban al Estado colectivista. “¿Por qué el Estado debe educar a mi hijo? A mi hijo lo educo yo”, podría resumir su planteamiento. Para Stirner, no existía ningún bien colectivo: todo era absolutamente individual. Si para los liberales clásicos el Estado debía garantizar ciertas condiciones —como educación o justicia— para que funcionara la “mano invisible”, para Stirner el Estado no debía existir. Cada persona debía garantizar incluso su propia seguridad a través de su libertad individual.


Así nacieron quienes se autodenominaron libertarios, seguidores de Stirner que buscaban diferenciarse del anarquismo de izquierda. Diversas escuelas económicas de Estados Unidos y Europa se declararon herederas de esta corriente, defendiendo la libertad individual y la propiedad privada frente a un Estado que consideraban opresor y obstáculo para el progreso económico.


Nada más alejado de los llamados “libertarios” de este lado del mundo. Aquí se ha construido un pacto tácito entre organizaciones religiosas, grupos pro militares y estos pseudolibertarios que, más que defensores de la libertad, son huérfanos ideológicos de la dictadura. No están en contra del Estado: les molesta que el Estado sea plural. No rechazan la política: rechazan la democracia. No creen en la no agresión, principio básico del pensamiento libertario, sino en el uso de la fuerza. En resumen, son las antípodas del libertarismo, pero utilizan su nombre para disfrazar un autoritarismo envuelto en el discurso de la libertad individual.


En Chile, lo que vemos se acerca a lo que algunos llaman paleolibertarismo: una mezcla entre individualismo económico y valores tradicionales como la familia o la religión. No es casual su simpatía con los regímenes autoritarios: añoran el orden, la jerarquía y el control moral. De ahí el impacto de figuras como Johannes Kaiser en la actual elección: no se limita a hablar como la derecha dura postdictadura, sino que se presenta como su heredero, combinando la desregulación económica con una fuerte presencia estatal en los temas sociales y valóricos. Es, en definitiva, un pinochetismo del siglo XXI, sin uniforme pero con votos, herederos y seguidores.


Nietzsche escribió: “La sombra de Buda aún perdura en la caverna. Perdóname, Buda”. Con ello explicaba que la muerte de un maestro persiste mientras sus discípulos sigan propagando su palabra. Lo mismo podríamos decir hoy: el proto-libertarismo de Kaiser y su base electoral ha sido posible gracias a una romantización del pinochetismo que perdura como la sombra de Buda sobre el país. Si tuviéramos que resumir el pinochetismo —con perdón de los historiadores—, podríamos decir que fue una ideología cívico-militar que combinó la desregulación económica del Estado con su uso coercitivo para imponer una moral homogénea. ¿Qué estoy describiendo? No sé si al pinochetismo o al candidato Johannes Kaiser. Libertarios de cartón: pinochetistas disfrazados de libertarios.


Estos grupos no ven contradicción alguna entre las libertades económicas y los valores tradicionales: lo consideran algo familiar y deseable. De ahí que Kaiser aparezca como la alternativa lógica para quienes ven en la dictadura un pasado glorioso y anhelan un Chile sin delincuencia, sin extranjeros, en orden y progreso, con una familia de papá y mamá, sin más. La sombra del anti-Buda continúa, solo que esta vez no lo dicen en voz alta. Al menos, por ahora.



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