La trampa de la superioridad moral

"El gran problema del discurso de superioridad moral es que te deja sin margen de error. Si tú o alguno de los tuyos se manda un “condoro”, o incluso un episodio confuso y fácil de malinterpretar, aparte de corrupto o negligente, quedarás como bocón, inconsecuente e hipócrita, y el juicio público te caerá más fuerte y duro. Ante eso, mejor ir piola, sobrio y humilde por la vida", plantea el columnista Rodrigo Vergara Rojas.

22-12-2025

De acuerdo con el “Visualizador de datos de corrupción en Chile” del analista de datos Bastián Olea, la inmensa mayoría de los casos de corrupción proviene de la derecha. La mayor parte de los procesados del Caso Caval, que destruyó el segundo gobierno de Bachelet, es gente relacionada con la UDI, y el Caso Convenios, asociado al Frente Amplio, arrastró a un gobernador de Chile Vamos y a un diputado republicano. Hay corruptos en la izquierda y en la derecha. Los primeros son como los “Caquitos” de Chespirito (Chompiras, Botija y Peterete), pillos de muy poca monta y sumamente torpes. Los segundos son como la familia Corleone, es decir, sofisticados y a gran escala.


Queda la sensación de que, si sorprenden a alguien de derecha traficando con carne de oso panda, pasa poco y nada, mientras que, si pillan a alguien de izquierda hurgándose la nariz en público, queda la escandalera. ¿Por qué las faltas de la derecha causan mucho menos escándalo que las de la izquierda, aunque estas últimas sean de mucha menor cuantía? Creo que en buena parte se explica por los discursos de “superioridad moral” que suelen asumirse desde la izquierda, con declaraciones desafortunadas del tipo: “nuestra escala de valores y principios en torno a la política no solo dista del gobierno anterior, sino que creo que frente a una generación que nos antecedió”.


No solamente importa la naturaleza del acto erróneo o doloso, sino que además importa la imagen, el discurso público y lo que representa quien lo comete. No es lo mismo que sorprendan en una infidelidad a Benjamín Vicuña a que pillen en esos menesteres a Benito Baranda. No es lo mismo que pillen en compañía de prostitutas a una persona de conocida vida licenciosa, a que el sorprendido sea un pastor evangélico mediático con un discurso notoriamente conservador y pro familia, como fue el caso del fallecido Jimmy Swaggart.


Para quienes teníamos la imagen del sacerdote Renato Poblete de “curita entrañable, bueno para los eventos sociales”, fue una sorpresa enterarnos de que, en vida, fuera más discípulo del marqués de Sade que del Padre Hurtado. El escándalo de pedofilia y abusos a menores, así como su errático manejo, le costaron carísimo a la Iglesia Católica. Los casos de sacerdotes predicando con el “aparato” en la mano (en algunos casos, literalmente), trajeron como consecuencia la pérdida de su autoridad moral e influencia en la opinión pública, de la cual todavía no se pueden recuperar.


El primer gobierno de Piñera, que se llenó la boca con ideas de “excelencia” y que anunció con bombos y platillos que el censo de 2012 iba a ser “el mejor de la historia”, tuvo que comerse una “plancha” histórica cuando dicho proceso terminó siendo un fiasco de proporciones. Para el autodeclarado gobierno “feminista” de Boric, los casos de Manuel Monsalve y Sol Millakura resultaron muy difíciles de manejar.


El gran problema del discurso de superioridad moral es que te deja sin margen de error. Si tú o alguno de los tuyos se manda un “condoro”, o incluso un episodio confuso y fácil de malinterpretar, aparte de corrupto o negligente, quedarás como bocón, inconsecuente e hipócrita, y el juicio público te caerá más fuerte y duro. Ante eso, mejor ir piola, sobrio y humilde por la vida. La superioridad moral nunca se proclama, aunque la tengas. Como dice un proverbio árabe, "la confianza crece con la lentitud de una palmera y cae con la velocidad de un coco". Basta un acto equivocado o confuso, y la pierdes de inmediato.


Por Rodrigo Vergara Rojas.

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