La política performática que se viene

"Con una opinión pública estresada, alienada y adicta a las redes sociales, no hay margen para apelar a la reflexión o al argumento racional. Dos cucharadas y a la papa: que el mensaje se entienda de golpe y sin necesidad de pensar. Ante esto, no queda otra que aprender a jugar en la cancha de la performance", plantea el columnista Rodrigo Vergara Rojas.

12-12-2025

De acuerdo con Wikipedia, la performance "es una obra de arte o muestra artística creada a través de acciones realizadas por el artista u otros participantes, pudiendo ser en vivo, documentadas, espontáneas o escritas, presentada a un público dentro de un contexto de bellas artes, tradicionalmente interdisciplinario". Este concepto está notablemente ilustrado en un video de la arquitecta y youtuber española Ter (Ester Corral). En política, una performance se puede entender como una puesta en escena mediática, premeditada o no, que busca enviar un mensaje o marcar un punto de manera clara, apelando a las emociones, las necesidades o a referencias culturales en boga.


La historia política chilena ha estado cruzada por performances de diverso tipo: Pinochet de brazos cruzados, lentes oscuros y cara de perro; la ceremonia de Chacarillas; el dedo de Ricardo Lagos; Iván Moreira zamarreando a Jorge Schaulsohn y haciendo huelga de hambre con Pinochet detenido en Londres; Bachelet montada en un tanque; Piñera mostrando el papel de los 33 mineros; Pamela Jiles corriendo a lo “Naruto” en el Congreso; Boric arriba del ciprés en Punta Arenas; Kast dentro de una cúpula de vidrio, etc.


Desde el show de kermesse colegial de Evelyn Matthei, Adriana Muñoz, Sebastián Piñera y Juan Carlos Latorre en la Teletón de 1990, los políticos han coqueteado fuertemente con el espectáculo. Lo performático ha ido de la mano con lo farandulero. Pamela Jiles aprovechó sus años en el periodismo de farándula como una auténtica “escuela de guerrillas” para afinar sus destrezas performáticas. Algunos rostros del espectáculo y la farándula han cruzado a la política. Aunque algunas incursiones han terminado en fracasos (Marlen Olivari, Pollo Valdivia) y desastres (Cathy Barriga, Florcita Motuda), otros han concretado una carrera sólida, como Andrés Longton (de chico reality a diputado y ahora flamante senador), René De La Vega (de ícono kitsch a reelegido alcalde de Conchalí) y Hotuiti Teao (el “Moai Pícaro” como lo llamó La Cuarta, de musculoso y bronceado lugarteniente de Gigantes con Vivi a recién reelecto diputado).


Todo indica que el próximo Congreso Nacional estará más cargado que nunca a lo performático. El auge de las redes sociales y del streaming ha potenciado esta tendencia. En el mundo, Milei y Trump la han llevado exitosamente a extremos groseros. En Chile, la extrema derecha y el PDG han sabido aprovecharla con notable efectividad. Pamela Jiles, el máximo paradigma nacional de la política performática, quedó empoderada por su reciente gran resultado electoral.


Al mundo progresista, por su parte, le cuesta mucho entrar en este juego. La pareja formada por Daniel Manoucherhi y Daniela Ciccardini aprendió a jugarlo bien. Manoucherhi lanzándole un billete de 10 lucas al diputado Araya y la denuncia de Ciccardini a Provoste que, paradójicamente, pareció ayudar a que ambas salieran electas senadoras por Atacama son una muestra de ello.


Estamos en la era de las performances. Con ellas no se gobierna, pero si se comunica, y eso en estos tiempos vale oro. Con una opinión pública estresada, alienada y adicta a las redes sociales, no hay margen para apelar a la reflexión o al argumento racional. Dos cucharadas y a la papa: que el mensaje se entienda de golpe y sin necesidad de pensar. Realidad preocupante, nefasta para la democracia y difícil de cambiar a corto plazo. Ante esto, no queda otra que aprender a jugar en la cancha de la performance.

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