La eterna y fastidiosa pregunta: ¿Tiene Avatar impacto cultural?

"El problema es medir a los filmes en base a los memes, los fandoms, la cantidad de spin-offs que tengan y todo tipo de criterio extra cinematográfico. Te puede gustar más o menos Avatar, pero, por dios, si te gusta el cine, hablemos de las películas", clama el columnista de cine Julio Olivares.

24-12-2025

Volvió Avatar al cine y, con ello, el eterno debate sobre su aparente “falta de impacto cultural”, una idea que popularizó años atrás un youtuber español de cine y que se convirtió en una verdad revelada para miles de usuarios en línea, que han seguido repitiéndola cada vez que la saga de James Cameron estrena una nueva película.


Lo que dicen es que Avatar no ha calado en el inconsciente colectivo principalmente porque la saga de los alienígenas azules no ha dejado memes, canciones o líneas icónicas y que si paras a cualquier persona en la calle, nadie sabría responder cuáles son los nombres de los personajes.


Algo hay ahí de mostrarse como un “cinéfilo verdadero”, capaz de distinguir entre lo masivo y lo que vale realmente la pena. Pero también tiene algunos puntos: los nombres de Jake Sully, Neytiri o Quaritch tal vez no sean de conocimiento común, la franquicia no tiene un “Siempre nos quedará París” que haya trascendido la pantalla y tampoco nos ha dejado una melodía tan insigne como la “Marcha imperial” de Darth Vader.


Pero esas son medidas arbitrarias, que reducen la experiencia cinematográfica a apenas un par de conceptos, en los que películas inmortales y de culto tampoco salen necesariamente bien paradas. Si hacemos el mismo ejercicio de parar a alguien en la calle y preguntarle por el nombre de los protagonistas de Pulp Fiction, ¿realmente van a decir Vincent Vega y Jules Winnfield? Y, sin embargo, ¿podemos negar la trascendencia cultural del clásico de Tarantino?


¿De verdad vamos a medir el impacto de las películas en base a criterios como si tienen o no un fandom? ¿A eso se reduce la cultura hoy? Si es así, tenemos un grave problema, especialmente cuando los fanáticos se vuelven pesados custodios de la “idea original” y no permiten que una historia evolucione o avance por derroteros diferentes (ni hablemos de la toxicidad de los seguidores de Star Wars…).


¿Y la trascendencia cultural de una creación compleja, en la que trabajaron por años cientos de personas, se juega en si genera o no memes? Un producto, por definición, efímero y de obsolescencia acelerada.


Todos esos criterios olvidan que las películas tienen que defenderse en la sala de cine. Y ahí, quiéranlo o no, la creación de James Cameron dejó su legado.


De partida, cambió la forma en que vemos el cine. Guste o no, las salas tienen proyección digital en vez de carretes de películas tras el furor que causó su debut en 2009. Un triste legado, si me preguntan, pero una consecuencia evidente del impacto que generó. No por nada el excelente final de Babylon (de Damien Chazelle), que en una secuencia hipnótica muestra los cambios del cine a lo largo de su historia, viaja de Cantando bajo la lluvia hasta, claro, los dragones de Avatar volando por Pandora.


Sí, pero dicen que narrativamente ya se ha visto, y que es una versión azulada de Pocahontas o Danza con lobos. Una visión reduccionista que olvida que el arte siempre ha sido reescritura, que cada historia ya fue contada antes. Desde Aristóteles a Hollywood, las historias se repiten porque los conflictos humanos se repiten: amor, poder, conquista, redención… ¡Vamos, todo lo hizo Shakespeare 500 años atrás!


Lo relevante no es si esta historia ya fue contada, sino si tiene algo nuevo o propio que ofrecer. Y ahí Avatar triunfa, sin diálogos memorables ni giros sofisticados, sino al construir un espectáculo total en torno a la pantalla gigante.

Su gracia no está en inventar acordes, sino en hacerlos vibrar distinto. Lo radical de Avatar no es su argumento, sino su apuesta por crear un mundo completo, en el que nada es real y, sin embargo, todo tiene textura y respira.


Para nada creo que sean películas perfectas. De hecho la tercera, Fuego y ceniza, peca al navegar sobre las mismas aguas de la anterior, y hace patente la necesidad de cambiar el enfoque y poner otras ideas en pantalla para no terminar en un punto muerto, fagocitando su propia premisa como las Jurassic World o el Universo Marvel.


Si pudiéramos hablar de cine —de lo que pasa dentro de la pantalla— podríamos discutir cómo pone en pantalla sus ideas ecológicas, antimilitaristas y anticolonialistas, o sobre si las líneas con las que dibuja a sus personajes son muy gruesas (algo que ya era marca de Cameron en Titanic y no es malo a priori).


Por mi parte, entre tanto blockbuster gris y sin alma, me quedo con esto: cintas desordenadas, caóticas a veces, repletas de imágenes e ideas asombrosas, incluso si no todas llegan a puerto. Filmes con iluminación, gradación y sombras, con escenas de noche donde se puede ver qué está pasando. Películas que por muy masivas que sean, están dirigidas por un autor y no por un comité ejecutivo. No tendríamos por qué aceptar menos en las otras películas taquilleras que repletan las salas.


Pero eso podemos conversarlo. Probablemente haya buenas razones para desechar la experiencia que propone Cameron. El problema es medir a los filmes en base a los memes, los fandoms, la cantidad de spin-offs que tengan y todo tipo de criterio extra cinematográfico. Te puede gustar más o menos Avatar, pero, por dios, si te gusta el cine, hablemos de las películas.


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