La COP de la verdad y del desencuentro: lo que reveló la cumbre climática en Brasil
El encuentro volvió a demostrar que el mundo sigue sin un consenso claro para enfrentar la crisis climática, atrapado entre intereses económicos, disputas diplomáticas y promesas que no se traducen en acción.
Entre el lunes 10 y el viernes 21 de noviembre se realizó la COP 30 en Belém do Pará, en la Amazonía norte de Brasil. El hecho de que este encuentro se realizara en la Amazonía, una de las tierras más hermosas pero al mismo tiempo más heridas por la crisis medioambiental, provocó tanto dudas como esperanzas. Hasta el último minuto, algunos líderes pusieron en duda que Brasil y la ciudad de Belém estuvieran preparados para albergar un evento de esta envergadura. Aunque no todo ha sido perfecto, el país y la ciudad estuvieron a la altura. Sin embargo, aquí en Belém hemos encontrado dos “mundos paralelos”, que lamentablemente tienen pocos puntos de encuentro.
Dos mundos en la cumbre
En el edificio central de la COP en el “Parque da Cidade” se emplaza una enorme carpa totalmente cerrada y acondicionada para la ocasión. El edificio oficial tiene una zona verde de libre acceso y una zona azul, a la cual sólo se puede entrar con acreditación. Este lugar tiene la presencia de varias empresas e instituciones, junto con actividades propias del estado de Pará. Era frecuente ver en esta zona una importante presencia de comunidades indígenas juntos a sus hijos e hijas. Mucha venta de artesanía, productos locales y ofrecimiento para pintarse por 30 reales (5 a 6 dólares) algún dibujo indígena en alguna parte del cuerpo.
Por su parte, a la zona azul sólo entran quienes pertenecen a instituciones, organismos internacionales o quienes componen las delegaciones oficiales de los países. Los acreditados en esta COP son cerca de 56.200 personas, y sólo hay 360 indígenas dentro de ese grupo (no hay que olvidar que sólo en Brasil el censo del 2022 arrojó que hay 1.693.535 indígenas pertenecientes a 391 etnias, dentro de las cuales se pueden reconocer 295 lenguas). Desde donde se mire, la representación indígena dentro de la zona azul era bastante simbólica y poco representativa.
No dejan de ser impactantes los costos que se relacionan con la zona azul, donde se producen las negociaciones y los acuerdos. El metro cuadrado de cada pabellón puede llegar a costar más de 1500 dólares. No es extraño gastar hasta 150 mil dólares para montar un pequeño pabellón, como el que nuestro país armó junto al gobierno de Islandia. Los países ricos tienen pabellones grandes, iluminados y llenos de lujo. Y los países pequeños tienen pabellones más sencillos, algunas veces compartidos, en algún lugar más oculto o marginal de la gran ciudad ambiental.
Cuando uno está en la zona azul puede ver a miles de personas que transitan aceleradamente por los pasillos y pabellones de este enorme emplazamiento. Algunos de ellos lo hacen con caminatas a ritmo frenético. ¡Como si el futuro del planeta estuviera en sus manos! Lo que en algunos casos puede ser verdad. En esta zona están los negociadores, observadores y delegados de todas partes del mundo. Hay un número importante de voluntarios de la ONU. Predomina el inglés como idioma oficial. El color de la credencial define el estatus de participación.
Es como estar caminando por las calles del centro de una gran capital multicultural. No es difícil cruzarse con algún grupo de escoltas que acompañan a alguna autoridad que pocos conocen. Hay prensa internacional y fotógrafos en cada rincón. El edificio no tiene ventanas y el aire acondicionado hace olvidar que estamos en plena Amazonía, salvo cuando la lluvia torrencial cae estruendosamente y no permite escuchar nada. Daría lo mismo si estuviéramos caminando por una gran carpa en Egipto o Berlín, porque casi no hay contacto con el exterior. Las ofertas de charlas y conferencias son infinitas. Uno se pierde entre tanta oferta y conferencia de expertos.
La COP de las calles y los pueblos
Mientras esto acontece, en las calles de la ciudad de Belém se vive otra historia. Se calcula que más de 3000 indígenas han llegado a a la zona, junto a unos 2000 participantes de movimientos sociales, populares y sindicatos. Ellos son los que viven y cuidan el territorio sobre el cual se debate o se negocia en la zona azul. Cuando termine la COP y todos tomen sus aviones de vuelta, son ellos y ellas quienes van a quedar.
La mayoría ha llegado en barco, después de varios días de viaje. En algunos casos el viaje ha sido de semanas, como las comunidades de Perú, que vienen en la “Flotilla Yaku Mama”, que trae a los líderes Kichwa del río Napo o la flotilla “Wia Cahuiya” que trae a la comunidad Waorani en la Amazonía ecuatoriana. Ellos duermen en aldeas, colegios, universidades o en los mismos barcos con sus hamacas. Han venido con toda la familia y vecinos. Son los cuidadores del territorio y no tienen acceso, ni voz ni representación en las negociaciones.
La noche del primer día, varios de ellos irrumpieron en el edificio oficial exigiendo ser escuchados. Tienen como referente a Davi Kopenawa de la comunidad Yanomami, o al cacique Raoni del pueblo Kayapó. Sus vidas y sus luchas están inspiradas por los y las mártires de la Amazonía como Chico Mendes o Dorothy Stang. En estos días han dado vida a multitudinarios espacios alternativos como la “Cumbre de los pueblos”, “Aldea Indígena”, “Espacio Chico Mendes” o “Casa Ninja”. En estos colectivos, la educación ambiental, la justicia climática y la preservación de los ecosistemas son parte de su agenda desde hace mucho tiempo.
En estos espacios no faltan el cine, la artesanía, la pintura y la música, porque la cultura también es un acto de resistencia. A sus causas se suman muchos agentes pastorales de diferentes religiones o Iglesias. Interesante fue el aporte de la obispa anglicana de Brasil Marinez R. Santos Bassotto, quien insistió en que la actuación de las Iglesias en la Amazonía debe estar marcada por la cooperación: “nada hacemos solos: nuestras acciones en la Amazonía siempre son en colectivo, como la Repam, Cáritas, Ministerio Público, Defensoría, movimientos y otras tradiciones religiosas”.
Por el lado de la Iglesia Católica, podemos resaltar el “Movimiento Laudato Si”, al “Centro Indigenista Misionero” (CIMI) o la “Red Panamazónica” (Repam), que llevaron adelante diferentes encuentros y espacios donde se profundizaron los caminos de la ecología integral, la justicia climática y el cuidado de la casa común. En todo ellos está muy presente la figura y el legado del Papa Francisco, y el testimonio de los y las mártires amazónicos que entregaron su vida por la defensa del medio ambiente.
Marchas que sí mueven la aguja
Los movimientos populares, las comunidades indígenas y las comunidades eclesiales de base, se convocaron masivamente durante la COP 30 en dos instancias. La principal convocatoria fue el sábado 15 de noviembre en la mañana, para la marcha ambiental de la “Cumbre de los Pueblos”, que convocó a más de 70 mil personas por las calles de Belém, en una impactante muestra de diversidad cultural y social del pueblo amazónico. “Estamos aquí con todos los pueblos del mundo y movimientos sociales, para un grito de alerta sobre las amenazas y los ataques a los territorios, y contra defensores y defensoras de los derechos humanos y del medio ambiente. Necesitamos que los órganos oficiales y la ONU reconozcan que, para tener una transición justa, es preciso proteger a quienes protegen la selva”, señaló Darcy Frigo, del Comité Brasileño de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos (CBDDH) y de la comisión política de la Cumbre de los Pueblos.
Fue especialmente llamativa la cercana presencia a los movimientos populares y comunidades indígenas de las autoridades del actual gobierno, especialmente de la Ministra de Medio Ambiente Marina Silva y la Ministra de Pueblos Indígenas, Sonia Guajajara. Ellas tuvieron un rol protagónico en la marcha y en cada una de las actividades de la “Cumbre de los pueblos”.
La segunda convocatoria masiva fue la “Marcha global de los pueblos indígenas”, durante la mañana del lunes 17 de noviembre. Convocó a miles de representantes de pueblos indígenas de todos los continentes, y se realizó desde la “Aldea Indígena”. Dentro de sus demandas se destaca el reconocimiento territorial como política climática, la desforestación cero y el fin de la exploración de los combustibles fósiles, la protección de los defensores, el acceso directo al financiamiento climático, y la participación en la cumbre con poder real.
La imagen poderosa
De todos los momentos que hemos vivido en la COP 30, y de las muchas interpelaciones que han ocurrido por parte de los pueblos indígenas, podemos destacar un hecho ocurrido durante el segundo día, cuando el pueblo Munduruku concurrió a la sede oficial de la COP para exigir participar y ser escuchados en sus luchas y esperanzas. Cuando salió el presidente de la COP 30, André Correa do Lago, el pueblo le entregó en sus brazos un bebé de la etnia Munduruku. La mirada de esa pequeña criatura fue la interpelación más tierna y poderosa que vio en toda esta cumbre. En esa tierna mirada están las esperanzas de cientos de pueblos indígenas, que ven cómo sus territorios están siendo devastados por un capitalismo extractivista sin límites. Ese rostro exige una respuesta inmediata. A él se le deberá rendir cuenta de todo lo que ha sido esta COP 30. A él no se le pueden dar excusas, ni se le puede fallar.
La inauguración de la COP 30 -por parte del presidente Lula- fue realmente emotiva y esperanzadora. “La COP30 será la COP de la verdad. En la era de la desinformación, los oscurantistas no solo rechazan las evidencias científicas, sino también los avances del multilateralismo. Controlan algoritmos, siembran el odio y propagan el miedo. Atacan a las instituciones, a la ciencia y a las universidades. Es hora de infligir una nueva derrota a los negacionistas”, expresó el mandatario.
Esta ha sido la cumbre de la verdad. Y la verdad es que se han vivido dos mundos paralelos, que responden a realidades muy diferentes. Es la COP del desencuentro. Salvo algunas excepciones que se atrevieron a traspasar las fronteras, estos dos mundos casi no se han encontrado en las calles de Belém. Más bien se miran con distancia y desconfianza. Y sin embargo, tienen al frente a enemigos poderosos, como las grandes corporaciones de petróleo y combustibles fósiles, la minería y el agro predatorio, la deforestación. Y tienen además en lo inmediato el mismo desafío político: frenar el negacionismo ambiental de la extrema derecha, tan de moda en estos días.
por Nicolás Viel.