Eso diría un nazi-cuico

"Cuando alguien insiste tanto en aclarar que no es ni nazi ni cuico, el punto deja de estar en alguna “maldad” de quienes lo dicen y se desplaza hacia algo más incómodo: una trayectoria familiar y patrimonial que hace que la etiqueta, al menos, no sea tan inverosimil", escribe Álvaro Ortiz para Turno PM.

03-12-2025

Por Álvaro Ortiz


Este domingo, el candidato José Antonio Kast abrió la nueva franja electoral, la de segunda vuelta, con un peculiar video. En él, el republicano conversaba con un grupo de mujeres mayores, quienes le señalaban: “Nos gustan mucho tus propuestas, lo hemos conversado en múltiples oportunidades, pero no nos sentimos tan representadas por ti, porque pareces un cuico”.


Con sus ojos celestes y pelo blanco, casi ario, típicos de chileno, Kast le respondía que “yo vivo en Buin y me crié toda la vida en Paine. Entonces, yo también me apuno”. Luego, profundizó en su origen “súper sencillo”, en sus padres alemanes, la vida entre campos, pollo y cecinas, y la empresa familiar que, con el tiempo, terminó convirtiéndose en la base de su patrimonio.


También recordó a la nana alemana que lo crió. “Ella trabajaba en una casa con niños que eran judíos, que fueron asesinados por los nazis”, relató. Cerrando la franja, advirtió: “Cuando a uno le dicen ‘es que este es cuico y nazi’, yo digo: ‘mira, no conoces mi origen y no sabes cuál fue mi crianza’”.


No, José, no sabemos. Lo que sí sabemos es que alguien que asegura no ser cuico no es dueño del 20% de Cecinas Bavaria y recibe sueldo patronal como parte del grupo empresarial familiar a los 22 años y sin siquiera terminar Derecho.


Y, ciertamente, alguien que no es cuico no termina teniendo paraísos fiscales en Panamá. Recordar que, en 2006, Kast firmó un mandato para que su hermano Christian administrara “todos sus negocios” y, con ese poder, ambos quedaron como titulares de la totalidad de las acciones de tres sociedades creadas en ese país. Esas firmas terminaron concentrando restaurantes, negocios agroindustriales y un abultado patrimonio inmobiliario dentro y fuera de Chile, que nunca figuró en sus declaraciones de patrimonio.


Asimismo, puede que Michael Kast haya sido un buen padre y que haya sido obligado a hacer el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, pero eso no explica por qué, según archivos federales de Alemania, un tal Michael Kast —con la misma fecha y lugar de nacimiento que su padre— figura afiliado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, siendo que la militancia no era obligatoria.


Y cuando José Antonio Kast insiste en que se crió “toda la vida en Paine”, conviene recordar que no todos en la comuna guardan el mismo recuerdo de su familia. En “A la sombra de los cuervos, los cómplices civiles de la dictadura”, el periodista Javier Rebolledo relata cómo la familia Vargas Barrientos se volvió cercana a los Kast, hasta que once años más tarde, el 13 de septiembre de 1973, esa misma familia humilde sufrió la desaparición de Pedro Vargas Barrientos, secuestrado por carabineros mientras hacía la fila para comprar pan. Su “falta” había sido intentar organizar un sindicato dentro de la empresa de los Kast, en una comuna que acumularía cerca de 70 víctimas mortales de la dictadura, en su mayoría campesinos beneficiados por la reforma agraria.


Rebolledo también recoge testimonios que apuntan a que Michael Kast facilitó alimentos y un camión rojo con chofer a carabineros, mientras su hijo Christian compartía asados con civiles y uniformados hoy procesados, en el mismo lugar donde se torturaba y desde donde luego desaparecieron detenidos. Eso no lo convierte necesariamente en nazi, pero sí lo sitúa como cómplice civil de la dictadura. Y el cuadro se completa con otro hijo, Miguel Kast, uno de los Chicago Boys, que llegó a ser ministro y presidente del Banco Central bajo el régimen de Augusto Pinochet.


En rigor, cuando alguien insiste tanto en aclarar que no es ni nazi ni cuico, el punto deja de estar en alguna “maldad” de quienes lo dicen y se desplaza hacia algo más incómodo: una trayectoria familiar y patrimonial que hace que la etiqueta, al menos, no sea tan inverosimil. No sorprende, entonces, que su equipo calcule que en un espacio más humano, como el programa Las caras de la Moneda, conducido por el amable Don Francisco, no tenga grandes ventajas y que, en consecuencia, haya preferido restarse. Al final, cuando el formato se vuelve realmente humano, su peor enemigo es él mismo.

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