El sobreviviente: la revolución como escapismo
Columna de cine de Julio Olivares: "No puede evitar sentirse menos como una parodia disparatada de una sociedad corrupta que como un producto más de ella, hecha con el objetivo idealista de socavar la maquinaria desde dentro, pero chocando con sus propias limitaciones y siendo engullido por ella. Escapismo puro, entretención asegurada".
En El sobreviviente (The running man) —lo nuevo del director inglés Edgar Wright (Shaun of the dead, Baby driver)—, Glen Powell encarna a Ben Richards, un fugitivo que se convierte en objetivo del programa de entretenimiento más violento del planeta, donde concursantes perseguidos por cazadores profesionales deben sobrevivir en una ciudad convertida en laberinto urbano.
En esta sátira futurista de humor negro y ritmo vertiginoso, que adapta la novela de Stephen King de 1982, se nos presenta una versión de la realidad más avanzada tecnológicamente, pero éticamente degradada, donde las riendas las maneja un imperio con el tamaño de Disney y la moral de un reality show barato.
Aquí, el “sueño americano” es una ilusión miserable, el sistema económico está manipulado para que la prosperidad solo fluya hacia arriba y la ciudadanía debe trabajar hasta el agotamiento, con el temor constante de arruinarse y terminar sin hogar o salud. Como se ve, pura ficción.
De todas formas, es una versión exacerbada y sin matices del modelo, carente de toda bondad y virtud, donde el protagonista dice que el día más feliz de su vida fue cuando su hija pudo comer helado, "cuando salió nuestro número para el parque".
En ese sentido, el filme busca realizar un comentario sobre el estado de los tiempos, sobre la necesidad de poseer salarios dignos, atención médica y viviendas asequibles, a la vez que critica la manipulación mediática y el culto a la violencia. De esa forma, invita —a través de su protagonista— a quitarles el poder a gobiernos y corporaciones avariciosas, a través de una rebelión a la que lentamente se van sumando los otros miembros de la clase trabajadora.
No obstante, esa visión del cambio social es particularmente individualista. El progreso personal y del núcleo familiar parece ser el único motor para hacer frente a las inequidades del sistema (no deja de ser curioso que la figura del Che Guevara sea un punchline); y los momentos en que la comunidad se alía detrás de este líder no están lo suficientemente justificados en la trama.
¿Hay realmente una masa conmovida y edificada al ver los actos rebeldes y los eslóganes anticapitalistas de Ben en televisión, o él es solo su último objeto de distracción? La película parece querer ser una cosa, pero muestra otra distinta.
Como ha demostrado a lo largo de su filmografía, Wright es un artesano brillante que aprovecha al máximo cada diálogo y toma. Esta película es una prueba más de su talento como showman, donde las peleas están montadas para generar mayor velocidad e impacto y, desde el inicio, se evidencia una obsesión coreográfica por el caos mediático: cámaras que flotan como drones rebeldes, pantallas que se multiplican, un montaje que se autoalimenta de su propio ruido.
Wright entiende que este mundo distópico no solo se define por su brutalidad, sino por su compulsión a convertir cualquier tragedia en espectáculo. Por eso, apuesta formalmente por la hiper-estilización consciente, que no pretende esconder su artificio, sino subrayarlo.
Sin embargo, a El sobreviviente le hubiera venido bien bajar a ratos el ritmo para mostrarnos mejor a sus personajes. Los secundarios que Ben conoce en su sangriento viaje son prometedores, pero sus arcos se desarrollan a tal velocidad que ni siquiera los momentos potencialmente más impresionantes logran generar un impacto.
Ben también podría haber sido tratado con más cuidado. El personaje es una especie de antihéroe de la clase trabajadora, sarcástico e ingenioso, y su constante y furiosa irritación es una fuente continua de humor. Pero está definido por 2 o 3 emociones, como mucho, lo que resulta pobre. Glen Powell es un tipo carismático y está muy bien, pero no logra por sí solo elevar a la película más allá de sus limitaciones.
Si la película no quisiera ser vista como algo más que una simple evasión, nada de esto sería un problema. Pero es claro que, cargada de comentario social en una época dibujada por la retórica trumpista y el ascenso de las ultraderechas, podía ser más.
Para cuando aparecen los créditos finales, El sobreviviente no puede evitar sentirse menos como una parodia disparatada de una sociedad corrupta que como un producto más de ella, hecha con el objetivo idealista de socavar la maquinaria desde dentro, pero chocando con sus propias limitaciones y siendo engullido por ella. Escapismo puro, entretención asegurada.