"La desmesura de Levrero": La columna de Nicolás Vidal
"El registro de un proceso creativo, paso a paso hasta la obsesión, está ahí, al alcance de la mano del lector. Lo relevante es el proceso, más que el resultado. Como en la buena literatura, el cómo importa más que el qué", escribe el columnista para Turno PM.
Comencé a leerla sin darme cuenta que se trataba de un diario que funcionaba como un exuberante prólogo de 450 páginas. No hay trama, desenlace ni intriga. Una gran oda al fracaso, el reflejo de la imposibilidad de escribir hecho escritura. Pero el contrasentido es fascinante: una novela que consiste en una no novela. La negación de la literatura hecha literatura.
Cientos de páginas de detalles intrascendentes, manías, acciones esquizofrénicas, enfermedades, achaques de viejo y ciertos recuerdos. Entre todo este cúmulo de trivialidades se asoman momentos luminosos que quedan marcados: un paseo por la calle, la contemplación de una paloma, el relato de un juego de computador o la evocación de una mujer.
El registro de un proceso creativo, paso a paso hasta la obsesión, está ahí, al alcance de la mano del lector. Lo relevante es el proceso, más que el resultado. Como en la buena literatura, el cómo importa más que el qué.
Este largo diario funciona como un preámbulo perfecto para la novelita luminosa, que fue escrita veinte años antes que aquel. No se entiende una sin la otra. Las centenares de páginas plagadas de achaques y exasperantes cotidianeidades son esenciales para vivir la experiencia luminosa de la novelita que viene a continuación. Como si ese diario fuese una especie de sedante que te deja preparado para vivir la experiencia luminosa, y efectivamente así ocurre, porque dentro de esa rutina surgen ciertos momentos, ciertas imágenes que son literariamente perfectas.
También son casi cotidianas: una muchacha de ojos verdes, vista al pasar, o un perro oliendo la hierba. Pero ahí está la magia, en transformar ese acto en una imagen luminosa que no olvidamos, que llega a traspasarnos cuando la leemos, pero para eso hay que haberse leído todo lo anterior.
Es la literatura como una forma de encontrarse a sí mismo, de exploración hacia el pasado y al presente. A pesar de que hay veinte años entre el diario y la novelita luminosa, la exploración se mantiene igual. Es como si Levrero estuviese escribiendo para descubrir quién es.