"González Vera, el anarquista apacible": La columna de Nicolás Vidal

"González Vera utiliza su capacidad de observación para entregar un detalle revelador, para emocionarnos o mostrarnos crudas realidades sociales, pero siempre con una dosis de humor", dice el columnista para Turno PM.

23-07-2025

Parte importante de la obra de González Vera (1897–1970) es consecuencia de su tránsito vital. Dejó la escuela a los 13 años y tuvo que arreglárselas por su cuenta. Fue pintor, mensajero, lustrabotas, cobrador de tranvías; trabajó en ferreterías, peluquerías, zapaterías y bibliotecas, entre otros lugares. Todo con un libro bajo el brazo. Quizás en esa particular educación se explica el talento de este infalible observador de la condición humana que nos dejó joyas como Vidas mínimas, Alhué o Cuando era muchacho, además de los cuentos recién publicados por Alfaguara. 


González Vera utiliza su capacidad de observación para entregar un detalle revelador, para emocionarnos o mostrarnos crudas realidades sociales, pero siempre con una dosis de humor. En el cuento “Certificado de supervivencia” aprovecha un absurdo trámite notarial para hacerse un sinfín de preguntas existenciales. En “Mientras el tren corría”, consigue acercarse a niveles de intimidad y ternura a los que ya no estamos acostumbrados. La lectura de “Necesidad de compañía” es tan vigente que llega a ser abrumadora para esta sociedad multiconectada donde estamos cada vez más solos. 


Quizás el mejor cuento sea “La copia”, donde podemos encontrar un ingenioso antecedente del spam, pero que al mismo tiempo perfila a un inescrupuloso abogado que se niega a ayudar a su arrendatario, y cuyas palabras muestran más que cien teorías: “¡Es increíble lo delicado que son los pobres! Si se atendieran sus peticiones, más barato sería regalarles las casas. La mayoría cree que los pobres, por serlo, son resistentes y duros. ¡No hay engaño más grande! Viven quejándose. Todo lo quieren de la mejor clase: alimentos, ropa, habitaciones. ¿Qué no ansían, qué no se les antoja?”.


Su nieta Carmen eligió los cuentos antologados, pero por razones más sentimentales que literarias. Y quizás sea esa la mayor virtud de este libro: la capacidad de conmovernos, de construir personajes profundos y contradictorios con palabras concisas, pero que consiguen hacer que el lector empatice y se identifique con ellos

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