"Stephanie Vaquer y por qué la meritocracia es antítesis de la pasión": La columna de Fabián Alfaro

"El éxito es, o debiera ser, siempre consecuencia, nunca fin. Así, lo más bonito que nos queda es ser espectadores de cómo ese arte, oficio, deporte o disciplina se aplica con maestría, y no necesariamente de la inspiradora historia que pueda haber detrás", escribe el columnista para Turno PM.

05-09-2025

Bajo la inexorable lógica del mercado, el mérito funciona como una credencial que valida y da licencias para decir a todo pulmón que “yo me lo gané”.


Dar cuentas del esfuerzo, las horas de sueño perdidas o las precarias condiciones previas al éxito es, sin lugar a dudas, un pase directo a poder ser la voz autorizada del tema que nos convoque.


Sin embargo, esas mismas fantásticas e ineludibles lógicas de mercado hacen que valores que son, en principio, herramientas valiosas como el mérito, se transformen en un fin en sí mismo. Eso no solo es aburrido: también abre paso a la banalización de la cultura, de disciplinas y de oficios como el arte, el espectáculo o el deporte.


Aunque los números de vistas y likes puedan ser indicadores de un buen negocio, difícilmente reflejan los aspectos profundamente humanos que conducen al éxito. La pasión, la obsesión, la rigurosidad y el compromiso hacia eso a lo que decides entregar tu vida son lo que realmente llama y conmociona.


La reflexión es necesaria en un país donde la meritocracia es un valor sagrado. Y lo es sobre todo estos días, cuando nos hemos concentrado mucho en decidir si validamos o no las credenciales de esfuerzo a un cabro que no termina de convencernos si su pasión es el fútbol americano o el éxito en sí mismo, y no lo podemos culpar. Quizá ni él lo tenga muy claro.


Y es que el éxito es, o debiera ser, siempre consecuencia, nunca fin. Así, lo más bonito que nos queda es ser espectadores de cómo ese arte, oficio, deporte o disciplina se aplica con maestría, y no necesariamente de la inspiradora historia que pueda haber detrás.


Mientras el debate se desvanece entre cortinas de humo, sin darnos cuenta, nos perdemos el mejor momento de ella: Stephanie Vaquer, “La Primera”. Nos hundimos en discusiones estériles mientras ocurre el prime de una deportista chilena que está haciendo historia en la industria del entretenimiento deportivo a nivel mundial.


Ana Stephanie Vaquer González, oriunda de San Fernando, es la luchadora latina más importante del momento en la WWE, y no necesita contarnos su historia ni decirnos cómo tenemos que ser para ser como ella, porque eso no es lo relevante.


No hablamos de su mérito, hablamos de cómo ejecutó ese suplex, esa hurracarrana o ese 619 a rivales del más alto nivel. No hablamos de lo que piensa, de sus parejas o de si se peleó con un random que habló mal de ella. Hablamos de cómo fue la primera persona en la historia de la WWE en ostentar el Campeonato Femenino de NXT y el Campeonato Norteamericano Femenino de NXT simultáneamente.


No nos preguntamos cuánto dinero gana o si los títulos tienen más o menos validez. Nos emocionamos —¡o por la cresta que debería emocionarnos!— cuando recordamos que además es la primera chilena en ganar un título en WWE y la primera persona en ganar un Evolution Battle Royal, siendo a su vez de las pocas mujeres latinas en optar al principal título mundial femenino de la compañía.


Stephanie Vaquer no compite contra los demás, compite con ella misma. Stephanie Vaquer no te dice qué hacer porque ella ya lo hizo. Stephanie Vaquer no necesita demostrar nada porque su éxito es consecuencia de estar profundamente comprometida con lo que hace, de amar, y respetar su arte, su deporte, su performance, su técnica, su lucha, y eso, solamente se evidencia en el ring.

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