"Kaiser, el verdadero hombre performativo": La columna de Álvaro Ortiz
"Como si fuera el dios Jano, Kaiser tiene dos caras y las dos se muestran al mismo tiempo: Mientras una es brutal y agresiva, la otra es amable y tranquila. Forma y contenido, como una canción de Juan Luis Guerra que narra desafortunadas experiencias con armonías alegres", dice el columnista a Turno PM.
Johannes Kaiser acaba de deslizar que va a liberar a Krassnoff en nombre de los Derechos Humanos. Evelyn Matthei, a su lado, lo mira nerviosa. Hace segundos aplaudía que apoyara sus críticas al Plan Nacional de Búsqueda, pero ahora está claramente incómoda, ensimismada, mirando las notas en la hoja que tiene al frente, como pensando: “¿Qué hice?”.
Matthei no fue la única víctima. Kast intentó dárselas de sofisticado para enfrentar el tema de Temucuicui, sugiriendo algo así como un asedio a la zona, bloquear los accesos y controlar quién entra y quién sale, una táctica de los años de la Guerra de Arauco. “No vamos a ingresar con violencia extrema”, dijo.
Pero Kaiser tomó la palabra y dijo lo que los adherentes de Kast querían escuchar: “Tenemos que ingresar, hacer los allanamientos que corresponde, desarmar a esa gente, meter preso a quienes corresponda, destruir las plantaciones y laboratorios que se encuentran supuestamente ahí (...) No podemos quedarnos esperando a que suceda algo”.
Kaiser es como el hombre performativo, pero al revés. No es el ñuñoíno que recicla el chándal de los años 80 o los pantalones cotelé para sentarse con un libro en la mano, no para leerlo, si no que para performar. El negocio del libertario es la apariencia, sí, pero para traficar otra cosa: Crueldad.
Como si fuera el dios Jano, Kaiser tiene dos caras y las dos se muestran al mismo tiempo: Mientras una es brutal y agresiva, la otra es amable y tranquila. Forma y contenido, como una canción de Juan Luis Guerra que narra desafortunadas experiencias con armonías alegres. Tira una barbaridad que uno no esperaba volver a escuchar en el siglo XXI o un dato totalmente incorrecto, y lo deja boteando a la espera de que nadie lo corrija. Y si ocurre, ya es muy tarde.
Es el chiste del mono con escopeta. Kaiser hacía su gracia y nos parecía solo un loco cuando tenía un canal de YouTube y decía barbaridades en redes, como que el “62% de las mujeres tiene la fantasía de ser violadas y al mismo tiempo salen a la calle a protestar”. Pero ahora, el libertario le ha estado devorando sostenidamente la adhesión a Kast y tiene chances reales de ser el próximo presidente de Chile.
Aunque negó su destino en ocasiones, era inevitable que Kaiser finalmente tomara el lugar de Kast, aquel que se presentó como el disruptivo, el que se desmarcaba del pasado y de las viejas estructuras de la UDI por ser demasiado moderadas, en búsqueda de una derecha más a la derecha. Tal como Kaiser lo hizo con el Partido Republicano.
Básicamente, Kast es la moda original y Kaiser, quien la revive para verse más atractivo. Lo que Kast maquillaba con sutileza, Kaiser lo muestra sin pudor: la insensibilidad, el odio y el descaro, todo perfectamente performado como si ser nazi volviera a estar a la moda.
Y nosotros, igual que Matthei en el debate ARCHI, seguimos pegados, mirando la hoja que tenemos al frente, ensimismados. Como preguntándonos: “¿Qué hicimos?”.